Este post va dedicado a Belinda, la perrita de mis tios. Me da un montón de pena porque para todos los de nuestra familia era como una más. Se ganaba el cariño de todos permitiendo las caricias y con una tranquilidad y sosiego increibles. Jamás escuche ladrar a esta perra. Cuando dejabas de acariciarla te golpeaba con su hocico para que no te olvidaras de seguir acrariciandola. Como a su amo Angel, le gustaba la montaña y la aventura y le seguía hasta los picos más altos. Y cuando él y y Gloria se iban, ella (Bel) lloraba desconsoladamente. Pongo una fotillo que he robado de por ahí
Lo dicho Belinda siempre quedarás en nuestro recuerdo.
Para completar el post, dejo las palabras de agradecimiento de Angel (su amo), la verdad es que es conmovedor:
Gracias a todos por vuestros ánimos. Es difícil explicar a quien no tiene perro lo que se siente cuando pierdes el tuyo. La verdad es que yo tampoco lo termino de entender. Hace casi 15 años entró Belinda en mi casa (y en mi vida) ocupando un espacio que no he sabido lo grande que era hasta ahora que se ha ido.
Siempre me gustaron el campo y los animales. De pequeño, en Las Salas, pasaba muchas horas dentro de la cuadra jugando con todo bicho viviente. Me gustaba y sorprendía tocar los cuernos calentitos de las vacas, perseguir a las gallinas, cabrear a los gochos pinchándoles con la aijada, etc, etc. Durante años, lo primero que hacía al llegar al pueblo era saludar a los perros. Conocía los nombres de todos y cada uno de ellos. Sultán, León, Trosky, Sol y tantos otros, fueron mis amigos tanto o más que Juanito y Agustín.
Ya sabía yo que los perros, al igual que las personas, tienen la fea costumbre de morirse y dejarle a uno lleno de pena. Ahora me toca a mí, me toca seguir viviendo, seguir cargando con una nueva pena y con un recuerdo imborrablemente maravilloso. Belinda creció alegre, vivió pacíficamente y se marchó como a ella le gustaba hacer casi todo, sin hacer ruido, en silencio. Sin embargo, dentro de mí aún oigo los gritos de su vitalidad, de su ansia de olerlo todo, de su permanente deseo de estar a mi lado para compartir sus contagiosas ganas de vivir. Gracias Belinda. Tu nombre cursi, tus ojos amarillos, tu pelo del color de la hojarasca en otoño, se quedan conmigo.