Mis penurias niponas
Es muy recurrente en el mundo de los blogs personales, de los que contamos experiencias de vida ya sea en el extranjero o viviendo la aventura que es la vida de una forma o de otra que la gente te venga a decir lo afortunado que eres por vivir como vives. Lo primero es la opinion que despiertan en mi estos temas de hablar de suerte, que ya comente en este post de «Un tio con suerte«. Y luego que claro, en nuestros blogs normalmente contamos la parte más entretenida de nuestra vida y escondemos la parte oscura de esta. Hoy ya veo con perspectiva y a lo lejos estos tiempos, pero me gustaría contarlos para que os hagáis una idea mejor de qué puede significar el lanzarse a vivir a Japón.
Lo primero es que no creo que esto sea una competición de ver quien lo ha pasado peor, estoy seguro de que hay quien ha pasado, esta pasando y pasara por situaciones más difíciles. Así pues no todo el mundo que viene ha pasado por momentos así, hay quien se lo ha montado mucho mejor y quienes han decidido tirar la toalla antes de llegar a donde llegue yo, como os decía esto no es mas que una parte de mi aventura que nunca conte.
Yo me vine con la intención de venir a estudiar un año y después encontrar un trabajo y para ello había ahorrado la cantidad de 30 y pico mil euros. Cantidad más que suficiente para el tiempo que tenía pensado. Para un chaval de 26 anios juntar 30 y pico mil euros no fue para nada moco de pavo, daría para un capítulo a parte los sacrificios para poder hacer conseguirlo.
Resultó que la vida golpeó con fuerza, cuando ahorre e hice cuentas cada uno de mis euros valia 150 yenes y cuando me vine a vivir a Tokio el euro decidió irse a tomar viento y paso a valer cada euro 100 yenes. De un mes para otro tenia los mismos euros pero si los contaba en yenes había pasado de tener 5.25 millones de yenes a 3.5 millones de yenes. Aun asi seguia siendo suficiente para vivir un año como estudiante.
Que paso? Que no encontré trabajo y tuve que estirar a dos años mi vida de estudiante, lo cual se hizo cuesta arriba. Sin embargo fue el tener que estirarlo 6 meses extra lo que terminó de romperme todos los esquemas y el poner a prueba mi capacidad de resistencia y de ganas de vivir en el país.
Para poder subsistir tuve que dar clases de español, actividad muy cansada a veces, pero la verdad es que era agradable y bastante lucrativa. Menos gratificante fue trabajar en un restaurante español donde el jefe tenia la misma empatía que un boniato asado y donde pagaban bien poco por estar todo el dia de pie sirviendo meses tras haber pasado unas cuantas horas en clase, otras tantas estudiando, otras dando clase de español y luego ponte a servir y limpiar mesas.
Lo bueno de ese trabajo es que me daban comida. Los días que comia en el trabajo es cuando mejor comía y era una de las motivaciones para ir hasta Gotanda cada día y aguantar de pie. Un plato de comida decente. La comida basura era lo habitual, lo mas que me solia permitir era el obento de al lado de casa. Por 280 yenes (unos 2.5 euros) me daban una comida que saciaba mi hambre, pero que pienso ahora en lo sano de comer esto a diario y dejaba mucho que desear.
Para cenar más de una noche era una bolsa de moyashi (brotes de soja) que cuesta super barato aqui, unos 19 yenes (15 centimos de euro), un bol de arroz y sal. No me perdia ningun evento de estudiantes donde dieran algo de comer gratis y en los izakayas con barra libre de comida trataba de llenarme de tal forma que no tuviera hambre hasta el dia siguiente.
Vivimos durante 4 anios dos personas en una casa de 23 metros cuadrados. Por esa época Esperanza Aguirre hablaba de pisos para jóvenes de 30 metros y a mi me sonaban a lujo. Si alguna vez queréis poner a prueba vuestra relación de pareja probad a vivir una temporada asi.
En esa época camine mucho, Shibuya Shinokubo costaba 160 yenes, era mejor caminar una hora y ahorrarse ese dinero. Ademas en casa hacía calor, se estaba mejor en la calle, mejor no poner el aire acondicionado en casa.
Mi turismo de fin de semana consistía en ir a tiendas donde tenian aire acondicionado en verano y calefacción en invierno. A mirar cosas que a todas luces no me podia permitir.
A todo esto se suma el estrés de estar muy lejos de la familia y de los amigos, perdiendote las cosas buenas y malas que suceden en sus entornos.
La búsqueda de trabajo era una especie de carrera contra reloj contra dos cosas, una los días que te quedaban en tu visado y dos los números (ya en rojo) de tu cuenta corriente. Y no solo se trataba de lo que gastaba cada mes, si no además de lo que pagaba. Cada mes tenía que pagar mil euros a la escuela gracias a los cuales podía renovar mi visado de estudiante.
Por suerte y al límite de mi paciencia, de mi dinero y de mi visado conseguí encontrar un trabajo y desde entonces las cosas no han ido si no hacia arriba. Aun con todo el estrés y el sufrimiento que he pasado estoy super contento de mi decisión y de cómo todo esto me ha forjado y me ha enseñado a valorar más lo que tengo. Cada vez que veo a un recién llegado al país tratando de abrirse camino no puedo dejar de pensar en dos cosas, la primera es una profunda empatía por el y la otra una tristeza porque se que seguramente termine tirando la toalla porque la vida en Japón no es un camino de rosas.